CARTAS NATALES

Aquí comparto una charla de astrología que di en Girona








ACERCA DE LA ASTROLOGIA



La astrología trabaja en una dimensión en la que los hechos manifiestos aparecen como símbolos de un orden más profundo y energético con el que se corresponden. Los hechos no son tanto cosas objetivas “allá afuera”. Los hechos son fundamentalmente el significado que le damos a lo que percibimos. Y ese significado se transforma creativamente de acuerdo a cómo se incremente la sensibilidad, a cuánto se expanda la conciencia.
Involucrada en el mundo de los sucesos concretos, la conciencia se fascina con productos materiales, sentimentales y mentales. Lo que llamamos “realidad” tiene por sustancia lo que percibimos con nuestros sentidos, con nuestro sentimiento y con nuestra mente: objetos, emociones e ideas. Por eso, sensibilizarse a lo vibratorio, exponer a la conciencia a la posibilidad de percibir energías, implica disponerse a desencantar el mundo, a agotar el hechizo de las formas concretas en las que aquel orden de vibraciones se manifiesta.
En ese sentido, astrología es magia: transparenta lo velado, demuestra que detrás de la realidad aparente existe otra realidad más sutil. La realidad sustancial está moldeada en esas calidades vibratorias. Y la interfase entre el plano energético y el plano fáctico, entre la vibración psíquica y los hechos, es el universo de símbolos arquetípicos en el que se despliega la conciencia.
 Creatividad y resistencia
 Ser sensibles a una realidad organizada desde patrones energéticos implica una pérdida de inocencia. En esa sensibilidad, la conciencia “ya sabe” que lo que percibe no es tal como lo percibe. La astrología demuestra que lo que creo que es no es. No es posible responder al orden de la energía y al mismo tiempo tomar por real el mundo de las formas concretas. Esas formas concretas siempre son al mismo tiempo “cosa” y “símbolo”, lo que se percibe y lo que se significa. El mundo de las formas se revela como símbolo de ese otro mundo de energías. El símbolo es la expresión de esa correspondencia entre planos. El símbolo es la manifestación del amor entre ambos órdenes. Y ese símbolo es significado por la conciencia. Energía y forma son órdenes de realidad diferentes y correspondientes (se responden uno a otro). La conciencia es la relación entre esos órdenes. La sensibilidad de la conciencia es quien los articula significando la realidad que percibe.
El lenguaje simbólico de la astrología es un poderoso ordenador de significados que se ha hecho explícito a la conciencia humana. No obstante, si la conciencia individual que lo utiliza toma por real al mundo tal como lo percibe, se reduce el potencial de significado vibratorio a la literalidad de las formas manifiestas. En ese caso, la conciencia evidencia vivir en un estado de inocencia: todavía el poder de las imágenes de los símbolos astrológicos no ha alterado su percepción de la realidad, adapta el significado a la descripción del mundo que ya habita.
Pero existe otra posibilidad: que esa alteración de su percepción sí se haya producido, que a la conciencia ya le conste “haber visto” esa otra realidad y, no obstante, resista o niegue esa nueva percepción por temor al desconocido mundo con el que la involucra. Ya no se trata entonces de inocencia, sino de una distorsión deliberada de la realidad que comienza a recorrer el riesgo patológico.
Esta es la alta responsabilidad del que se compromete a sensibilizarse a un lenguaje sagrado como la astrología: asumir la transformación perceptiva que tal contacto ineludiblemente habrá de generar. La realidad -interna y externa- ya no será la misma. La astrología no suma sabiduría a quien creo ser. La astrología termina transformando a aquel que cree estar incorporando conocimientos.
Cuando la conciencia ya estimulada en la percepción de esa otra realidad -psíquica y trascendente a la habitual- resiste aceptar la inocencia perdida (que las cosas no son tal como las percibo), entonces se expone a caer en algún grado de repliegue fantasioso, delirio paranoico o perversión psicopática. No son los actos en sí, sino la conciencia que operó en ellos lo que determina si esa respuesta es inocente, autista, delirante o perversa. El mismo hecho podría adquirir alguno de esos cuatro significados.
Creer en “los reyes magos”, en “dar la vida por el líder”, o en “tener autos y relojes de medio millón” revela ejemplos de un orden de la realidad en el que la conciencia puede vivir con plena inocencia de otra dimensión de significado. No obstante, puede ocurrir lo creativo. Y necesariamente dar cuenta de esa respuesta distinta e innovadora implicará la pérdida de aquella inocencia.
La pérdida de inocencia le permitirá a la conciencia resignificar cada una de aquellas creencias, pudiendo ahora percibirlas como símbolos de una realidad que trasciende a las formas concretas que, por lo tanto, se mostrarán insuficientes para contener el nuevo sentido. Así, por ejemplo, la creencia en “los reyes magos” muta a la intuición de una gracia benefactora del universo, la disposición a “dar la vida por el líder” es resignificada como la capacidad de entrega y servicio al bien colectivo, y el apego material a “autos y relojes de medio millón” es percibido como una gratificación sustitutoria de la conciencia de totalidad, del dinero como sustituto de dios.
 El encantamiento colectivo
 El proceso no es sencillo. El acuerdo colectivo ejerce una enorme y muy sugestiva presión sobre la conciencia individual. Si la percepción colectiva acordada coincide en la existencia de “los reyes magos”, en el valor de “dar la vida por el líder” o en la importancia de “tener autos y relojes de medio millón”, entonces esa descripción de la realidad se hace más convincente aún y se impone a todo vislumbre de creatividad.
Ese acuerdo colectivo es una poderosa inducción a una percepción específica (que se corresponde con cierta cualidad vibratoria) que se hace coincidir con “la realidad”. Si la percepción de una suficiente cantidad de individuos de una comunidad coincide en una idéntica descripción y alcanza su masa crítica, tal percepción se impone como verdad a la totalidad. Y este mágico proceso no sólo es llevado a cabo por la fuerza del inconsciente colectivo, sino que cuenta con la muy activa colaboración de voluntades individuales que -deliberadamente y con plena conciencia- se alinean a esa corriente para obtener energía en su propio beneficio (esto es, para acumular poder). La percepción de la realidad se uniforma y la alta mayoría de los integrantes de la comunidad –por propia convicción o por la fuerza persuasiva de aquella masa crítica- alcanza a significar los hechos de una misma manera. Se genera así “una realidad” que narcotiza las posibilidades creativas de la percepción. El dulce hechizo de “percibir lo que todos perciben” anula las posibilidades de discernimiento. Esa percepción ya tienen un molde: la realidad inconscientemente consensuada.
Si esto puede parecer algo abstracto, vayamos pues a algunos ejemplos. La verdad que anuncia un pastor en un templo es experimentada como real seguramente casi por el 100 % de los feligreses. La realidad que se vive en el estadio de Boca Juniors cuando su equipo juega es que el 80 % de los concurrentes –identificados con colores azul y amarillo- son más valientes y nobles que el resto. Un alto porcentaje de argentinos creen que es real que las Islas Malvinas son argentinas y mayor aún debe ser el porcentaje de kelpers que sienten que la realidad es que ese territorio les pertenece.
La astrología provoca una alteración en la percepción y esa alteración implica una pérdida de inocencia: participar de la experiencia perceptiva –muy concreta, real y no alucinatoria- de un orden de la realidad que trasciende al ordinario. Lo trasciende y lo incluye, pero ya no permite seguir creyéndolo real. La inocencia se ha perdido. Y sólo cabe confiar en esa nueva realidad que delata lo ilusorio del mundo de objetos, emociones e ideas hasta ahora conocido, o mantenerse en el hechizo del orden cotidiano reduciendo aquella expansión de la percepción a los estrechos límites del acuerdo perceptivo. Y, recordemos, en esta segunda opción el camino que sólo cabe recorrer es el del corte con la realidad y la disociación autista, el del engaño involuntario en el que queda atrapada la personalidad delirante o el de la mentira deliberada del impune psicópata.
La inocencia perdida es símbolo de maduración de la conciencia. Indica que somos capaces de ser sensibles a un mayor nivel de complejidad y discernimiento. Que estamos en condiciones de asumir mayores responsabilidades con la vida, resignando hechizos ya agotados. Pero, como aquel encantamiento perdido estaba cargado de afecto y de sensación de seguridad emocional, el nivel lunar más regresivo de la conciencia se resiste a abandonarlo. Lo primero que intentará es seguir justificando su existencia, incluir el novedoso rayo de discernimiento en la forma afectivizada que ya se sabe ilusoria. Esa expresión distorsionada de la función lunar (que -en verdad- es brindar seguridad, no refugiarse en hechizos) prefiere resignar sentido de realidad antes que afecto, intentando perpetuar la felicidad de ese mundo inocente, creyendo que esa maniobra no tendrá costo alguno. No percibe la extrema inseguridad de mantenerse en la inocencia perdida.
En las vidas individuales, tales maniobras pueden resultar efectivas, pero poco eficientes. Reproducir aquel mundo feliz imaginario exige un gasto de energía extremo porque supone estar en constante tensión, torciendo la realidad a favor de la inocencia idealizada. Por eso, resulta inevitable que la crisis de tal propósito suponga situaciones de desilusión dolorosa que pondrán de manifiesto la ineficiencia para responder a la complejidad del mundo desde aquella simplificación infantil.
En los procesos colectivos, la fijación en el idealismo mágico, el resistir la pérdida de inocencia, sólo conduce a catástrofes. Cuando llega el tiempo de la desilusión de un supuesto colectivo afectivizado, las comunidades humanas suelen resistirlo hasta que, por ejemplo, la trágica demostración de una guerra lo hace ya ineludible. Y a veces ni eso.
Alejandro Lodi (tomado de http://alejandrolodi.wordpress.com/2012/02/01/la-inocencia-perdida/)






La Inteligencia de Nuestras Relaciones 

"A través de nuestras heridas somos sanados..."

Nuestras heridas no son nuestras. No se originan desde nuestro interior, tampoco son el resultado de una mente defectuosa o de una naturaleza dañada. Tampoco surgen como enemigos externos a nosotros, como si se tratara de fuerzas oscuras enviadas para destruirnos. Descartes ("Pienso, luego existo"), benditos sus diminutos calcetines de algodón, era un desolado y aislado hombre que creó una fría, egoísta, y altamente intelectual filosofía de separación cuerpo-mente, que simplemente no puede hacer frente a la investigación directa. Cuando observamos detenidamente nuestra experiencia en tiempo real y de primera mano, nos damos cuenta que no podemos encontrar ninguna entidad llamada 'mente', con un interior y un exterior, y ciertamente no encontramos tampoco ninguna 'mente' separada de ningún 'cuerpo' - simplemente descubrimos la interminable danza de pensamientos y sensaciones frente a un quieto telón de fondo de la presencia no-conceptual que somos, que acoge el pensamiento y la sensación sin que éstos lo limiten. 

Nuestras heridas no se forman ni dentro ni fuera de nosotros, sino en el contexto de las relaciones. Somos seres sociales, egos no separados flotando en el espacio anhelando conectarse, y todo aquello que es pasado por alto, desatendido, no acogido en nuestras primeras relaciones con aquellos que se encargaban de nosotros, esa parte de la experiencia que no se sacó a la luz - el dolor, la pena, el miedo, la ira, la impotencia - después es vista como algo que amenaza al amor, a la seguridad, al bienestar y, en última instancia, a la vida misma, y se convierten en las partes 'negativas', 'oscuras', 'pecaminosas', 'intocables', de nuestro lastimado ser; las partes vergonzosas que ocultamos unos a otros por temor a perdernos mutuamente. Imaginamos que tenemos un lado luminoso y otro oculto, un despreciable lado secreto, un yo bueno y un yo malo, un yo pecaminoso y uno piadoso, y la gran Guerra comienza. Lo Innombrable se oculta en las profundidades, y nos precipitamos hacia la luz... 

Las heridas se forman en el contexto de las relaciones, y las heridas son sanadas en el contexto de las relaciones. Más adelante en nuestras vidas, somos conducidos de manera inteligente hacia aquellos que pueden sanarnos, aquellos que, a sabiendas o no, sacan a relucir lo ignorado, lo no amado, esas partes que pasamos por alto en nosotros mismos, invitando a que la oscuridad vuelva hacia la luz. Y así, la sanación podría lucir un tanto desagradable en un principio, y las relaciones podrían sentirse increíblemente desafiantes, y por un rato podríamos no estar dispuestos a ver la inteligencia en nuestra relación, la cual podría parecer como que está operando en nuestra 'contra', que es realmente una amenaza para nuestro sanar. ¡Nos podríamos llegar a sentir peor! Pero con el tiempo, y con una profunda reflexión, con auto indagación y honestidad, y dejando ir todos los conceptos acerca del 'amor' y el 'sanar', podríamos llegar a ver que nuestros mayores conflictos con los demás nos enseñaron muchísimo, y que nuestros supuestos 'enemigos' psicológicos nos estaban realmente forzando a poner atención a algo que habíamos descuidado en nosotros, y que las rupturas sólo nos estaban ayudando a aprender a sentarnos con nuestro dolor, a acunar a 'ese que sufre', a abrazar esas partes negadas, esos fragmentos rechazados inteligente y creativamente cuando éramos jóvenes. 

Estás rodeado de gurús de todas formas y tamaños, y todo aquello que te atrae, rechazas o temes en los demás podría ser algo que necesitas acoger en ti. Tal vez, solamente. Pero ese 'tal vez' podría ser todo cuando se trata del amor, y no hay ningún encuentro desperdiciado aquí, en este extraordinariamente inteligente y reflexivo universo. 


Jeff Foster

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